El reflujo en niños es una condición frecuente que afecta a bebés y niños pequeños, manifestándose cuando el contenido del estómago regresa hacia el esófago. Este fenómeno resulta especialmente común en recién nacidos y lactantes, ya que su sistema digestivo aún está en proceso de maduración. Aunque muchos padres se preocupan al observar que su hijo regurgita con frecuencia, en la mayoría de los casos se trata de un proceso natural que tiende a resolverse conforme el niño crece y su organismo se fortalece. Sin embargo, es fundamental distinguir entre un reflujo leve y transitorio y aquellos episodios que pueden indicar la presencia de una enfermedad por reflujo gastroesofágico que requiere seguimiento médico.
Qué es el reflujo en niños y tipos más comunes
El reflujo gastroesofágico se produce cuando el contenido del estómago, incluyendo alimentos parcialmente digeridos y ácido gástrico, sube hacia el esófago. Este movimiento retrógrado genera incomodidad y, en algunos casos, puede provocar irritación en las paredes internas del esófago. En los más pequeños, este fenómeno se relaciona principalmente con la inmadurez del esf ínter esofágico inferior, un músculo encargado de cerrar el paso entre el esófago y el estómago. Cuando este esfínter no funciona correctamente o se relaja de manera inapropiada, el ácido estomacal puede ascender con facilidad. La incidencia del reflujo suele aumentar entre los dos y seis meses de edad, comenzando a disminuir paulatinamente a partir de los siete meses. Se estima que alrededor del ochenta y cinco por ciento de los niños supera esta situación antes de cumplir el primer año de vida, mientras que el noventa y cinco por ciento lo logra hacia los dieciocho meses.
Diferencias entre reflujo gastroesofágico y reflujo biliar infantil
Aunque ambos términos pueden generar confusión, el reflujo gastroesofágico y el reflujo biliar presentan características distintas. El reflujo gastroesofágico hace referencia al retorno del contenido ácido del estómago hacia el esófago, provocando síntomas como acidez estomacal, eructos frecuentes, náuseas y, en ocasiones, regurgitación. Por su parte, el reflujo biliar implica el ascenso de bilis, un líquido digestivo producido en el hígado que normalmente fluye hacia el intestino delgado. La bilis puede llegar al estómago y luego al esófago, generando irritación y un sabor amargo en la boca. Si bien el reflujo biliar es menos frecuente en niños que el reflujo gastroesofágico, su presencia puede indicar problemas en el funcionamiento del sistema digestivo, como obstrucciones o alteraciones en las válvulas que regulan el tránsito intestinal. Ambas condiciones requieren atención médica cuando los síntomas se tornan persistentes o afectan el bienestar y el crecimiento del niño.
Cuándo el reflujo es normal y cuándo requiere atención médica
Es importante reconocer que la regurgitación ocasional en bebés no siempre representa un motivo de alarma. Si el pequeño se muestra feliz, come con apetito y gana peso de manera adecuada, el reflujo puede considerarse parte del desarrollo normal. No obstante, existen señales que indican la necesidad de consultar con un especialista. Si el bebé vomita con fuerza, rechaza el alimento de manera persistente, muestra irritabilidad intensa después de cada toma, presenta dificultades para respirar o sus regurgitaciones contienen sangre o material de color inusual, es fundamental acudir al médico de inmediato. La enfermedad por reflujo gastroesofágico, conocida por sus siglas ERGE, se diagnostica cuando el reflujo ocurre con frecuencia elevada, superando dos episodios por semana durante varias semanas consecutivas, y provoca complicaciones como escaso aumento de peso, lesiones en el esófago o problemas respiratorios recurrentes. En estos casos, el seguimiento profesional resulta esencial para prevenir efectos adversos a largo plazo y garantizar el desarrollo saludable del niño.
Causas y factores de riesgo del reflujo en la infancia
Comprender las causas del reflujo infantil ayuda a los padres y cuidadores a tomar medidas preventivas y a identificar situaciones de riesgo. En la mayoría de los casos, el reflujo se debe a factores anatómicos y funcionales propios de la edad, aunque también pueden intervenir elementos externos relacionados con la alimentación, el entorno y ciertas condiciones médicas preexistentes.
Inmadurez del sistema digestivo y factores anatómicos
La principal causa del reflujo gastroesofágico en lactantes radica en la inmadurez del esfínter esofágico inferior. Este músculo actúa como una válvula que separa el esófago del estómago y, en condiciones normales, se cierra después de cada deglución para evitar que el contenido gástrico regrese. Sin embargo, en los recién nacidos y bebés menores de un año, este esfínter no ha alcanzado su pleno desarrollo, lo que facilita episodios de reflujo. Además, ciertos factores anatómicos pueden aumentar la predisposición al reflujo, como la presencia de una hernia hiatal, condición en la que una porción del estómago se desplaza hacia el tórax a través del diafragma. Los niños que nacen prematuramente o que han sido sometidos a cirugías previas en el esófago también presentan mayor riesgo de desarrollar reflujo. Asimismo, aquellos con afecciones pulmonares o del sistema nervioso, como parálisis cerebral o afecciones neurológicas que afectan el control muscular, tienen una probabilidad elevada de experimentar reflujo persistente.
Alimentación, alergias y otras causas desencadenantes
La alimentación desempeña un papel crucial en la aparición y gravedad del reflujo. Comidas abundantes, alimentos ricos en grasas, chocolate, cafeína, productos con tomate, menta y comidas picantes pueden relajar el esfínter esofágico inferior o aumentar la producción de ácido gástrico, empeorando los síntomas. En lactantes, la intolerancia o alergia a ciertas proteínas presentes en la leche también puede desencadenar episodios de reflujo. Por otro lado, factores externos como la exposición al humo de tabaco, el sobrepeso y la obesidad infantil contribuyen al desarrollo de la enfermedad por reflujo gastroesofágico. Algunos medicamentos utilizados para tratar afecciones como el asma, las alergias o el dolor pueden debilitar el esfínter esofágico o alterar la motilidad gástrica. Identificar y modificar estos factores desencadenantes resulta esencial para controlar los síntomas y mejorar la calidad de vida del niño afectado.
Síntomas del reflujo biliar y gastroesofágico en niños

Los síntomas del reflujo varían según la edad del niño y la gravedad del cuadro clínico. En los bebés, las manifestaciones suelen ser evidentes a través de regurgitaciones frecuentes y cambios en el comportamiento, mientras que en niños mayores los síntomas pueden ser más específicos y fáciles de comunicar verbalmente.
Señales de alerta en bebés: regurgitaciones, llanto e irritabilidad
En los bebés, la regurgitación constituye la señal más visible del reflujo. Aunque muchos padres lo describen como vómito, en realidad se trata de un retorno pasivo del contenido gástrico sin las contracciones forzadas típicas del vómito. Los lactantes con enfermedad por reflujo gastroesofágico suelen mostrar irritabilidad, especialmente después de las tomas, y pueden rechazar el alimento o comer muy poco debido a la incomodidad que experimentan. Algunos bebés arquean la espalda durante o después de comer, un gesto que puede indicar dolor o malestar esofágico. La falta de apetito y el escaso aumento de peso son señales preocupantes que requieren evaluación médica inmediata. En casos más graves, los bebés pueden presentar episodios de atragantamiento, tos crónica recurrente, sibilancias o estridor, signos que sugieren que el reflujo está afectando las vías respiratorias. También se ha descrito el síndrome de Sandifer, caracterizado por movimientos anormales de la cabeza y el cuello, acompañados de opistótonos, como manifestación poco frecuente de reflujo severo. La anemia ferropénica puede desarrollarse debido a la irritación y las microhemorragias en el esófago causadas por el ácido gástrico.
Manifestaciones en niños mayores: dolor abdominal, tos y problemas respiratorios
En niños mayores de doce meses, los síntomas del reflujo tienden a parecerse más a los que experimentan los adultos. La acidez estomacal se convierte en una queja frecuente, descrita como una sensación de ardor en el pecho que puede extenderse hacia el cuello y la garganta. Los niños también pueden referir dolor o dificultad al tragar, náuseas, eructos frecuentes y un sabor ácido o desagradable en la boca. El mal aliento persistente es otro síntoma que puede asociarse con el reflujo, así como el desgaste del esmalte dental debido a la exposición prolongada al ácido gástrico. Los problemas respiratorios, como tos crónica, sibilancias y episodios de neumonía recurrente, pueden estar relacionados con la aspiración de pequeñas cantidades de contenido gástrico hacia las vías respiratorias. Estos síntomas respiratorios a menudo se confunden con asma o infecciones respiratorias, por lo que es fundamental considerar el reflujo como una posible causa subyacente. El dolor abdominal y la sensación de incomodidad después de las comidas también son frecuentes, afectando el apetito y el estado de ánimo del niño.
Tratamientos y recomendaciones para manejar el reflujo infantil
El manejo del reflujo en niños abarca desde medidas sencillas relacionadas con la alimentación y la postura hasta intervenciones farmacológicas y, en casos excepcionales, cirugía. La elección del tratamiento depende de la gravedad de los síntomas, la edad del niño y la presencia de complicaciones asociadas.
Cambios en la alimentación y medidas posturales efectivas
Las modificaciones en la dieta y en la forma de alimentar al niño constituyen la primera línea de acción frente al reflujo. Ofrecer comidas más pequeñas y frecuentes ayuda a reducir la presión sobre el esfínter esofágico inferior y facilita la digestión. Es recomendable evitar alimentos que relajan este músculo o aumentan la producción de ácido, como el chocolate, la cafeína, las comidas grasas, los productos picantes, el tomate y la menta. En el caso de los lactantes, mantenerlos en posición vertical durante al menos treinta minutos después de cada toma puede disminuir la frecuencia de las regurgitaciones. Para los niños mayores, se aconseja elevar la cabecera de la cama entre quince y veinte centímetros, lo que ayuda a que la gravedad favorezca el tránsito del contenido gástrico hacia el intestino y no hacia el esófago. Sin embargo, es importante recordar que los bebés menores de un año deben dormir boca arriba sobre una superficie plana y firme para prevenir el síndrome de muerte súbita del lactante. Mantener un peso saludable, evitar la exposición al humo del tabaco y vestir al niño con ropa holgada que no comprima el abdomen son medidas adicionales que contribuyen al control del reflujo.
Opciones farmacológicas y cuándo considerar intervención especializada
Cuando las medidas dietéticas y posturales no logran aliviar los síntomas, el médico puede recomendar el uso de medicamentos. Los antiácidos de venta libre pueden proporcionar alivio temporal neutralizando el ácido gástrico. Los bloqueadores de los receptores H2 de histamina reducen la producción de ácido, mientras que los inhibidores de la bomba de protones son los fármacos más potentes disponibles para suprimir la secreción ácida del estómago. En algunos casos, se emplean medicamentos procinéticos que aceleran el vaciamiento gástrico y mejoran la motilidad intestinal. Es fundamental que cualquier tratamiento farmacológico sea supervisado por un profesional de la salud, especialmente en niños pequeños, para evitar efectos secundarios y ajustar las dosis adecuadamente. La consulta con un gastroenterólogo pediátrico se vuelve necesaria cuando los síntomas persisten a pesar del tratamiento, cuando el niño presenta complicaciones como esofagitis, estenosis esofágica, problemas respiratorios graves o cuando no logra crecer según lo esperado. En situaciones excepcionales, puede considerarse la cirugía antirreflujo, conocida como fundoplicatura, en la que se refuerza el esfínter esofágico inferior mediante técnicas quirúrgicas. Esta intervención se reserva para casos severos que no responden a otras terapias y que presentan complicaciones significativas.
El diagnóstico del reflujo se basa en la evaluación clínica del niño, considerando sus síntomas, su historial médico y su patrón de crecimiento. En algunos casos, el médico puede solicitar pruebas adicionales como una serie gastrointestinal superior, que consiste en radiografías del tracto digestivo tras la ingestión de un medio de contraste, una monitorización del pH esofágico durante veinticuatro horas para medir la acidez en el esófago, o una endoscopia gastrointestinal superior con biopsia para evaluar posibles lesiones en la mucosa esofágica. Estas pruebas permiten confirmar el diagnóstico, descartar otras afecciones y determinar la gravedad del reflujo. Es importante que los padres mantengan una comunicación abierta con el equipo médico y consulten ante cualquier señal de alarma, como vómitos con sangre, dificultad respiratoria, rechazo total del alimento o signos de deshidratación. La intervención temprana y el seguimiento adecuado son clave para prevenir complicaciones a largo plazo y garantizar que el niño pueda desarrollarse de manera saludable y sin molestias persistentes.
